Atracción

—Buenos días, Trevor.

—Qué hay, Lou.

—Te dejas ver menos por aquí. Estoy preocupado.

—¿Preocupado porque no venga? Si rara vez te pago.

—No, preocupado porque dicen algunas malas lenguas que últimamente te han visto practicar hábitos saludables.

—No será para tanto, no les hagas caso, a la gente le gusta mucho mentir.

—A la gente le gusta mucho mentir, pero a mí no me puedes engañar, sé que bebes menos porque el alcohol te lo proporciono yo, tu piel ya no tiene tan mal color, no toses tanto, hay que llevarte al hospital menos a menudo y, lo que es peor, a veces se te pierde la mirada y sonríes sin darte cuenta.

—No me fastidies tú también, Lou, por el amor de Dios.

—No sé si el amor, pero algo relacionado con él estoy seguro de que es el culpable de tu situación.

—¡Venga ya!

—Trevor.

—Lou.

—Trevor…

—Eres un maldito bastardo, Lou, no hay quien te oculte nada.

—No estoy de acuerdo, mi mujer puede dar fe de que no es así.

—El amor, la falta de él, qué más da, sin embargo es más adecuado hablar de atracción, que es el principio de todo lo que puede llegar (o no) a ser. Una fuerza, una realidad que un cuerpo ejerce sobre otro sin que este tenga capacidad de elección.

—Ya empiezas a hablar raro. ¿Quieres una copa a ver si mejoras?

—¿Acaso se elige nacer, calzar un 44, ser alto o bajo? ¿Acaso uno puede evitar caerse si el suelo bajo sus pies desaparece? ¿Acaso uno puede elegir que otra persona le atraiga? Es más, ¿uno es responsable de que alguien le atraiga? Si bien no es menos cierto que la otra persona tampoco es responsable de esa atracción y no se le puede reprochar que no sea recíproca.

—Te la sirvo doble.

—Uno puede elegir si comer ahora o un poco más tarde, lo cual tampoco es elegir mucho. Uno puede decidir si comprarse este coche o el otro, dentro del estrecho margen que le permiten sus posibilidades, en caso de tenerlas. Pero uno no puede decidir que una mujer tire de él como mil demonios juntos, que se le ilumine la cara cuando le habla, que sonría al acordarse de ella, igual que uno no puede decidir verse afectado o no por la fuerza de la gravedad. Uno no puede evitar querer ser mejor por ella. Uno no puede evitar recordar cómo le gusta comer el pescado a la chica que le gusta, qué vino prefiere, la clase de música escucha, sin embargo uno es incapaz de recordar lo mismo de otras personas, por mucho que las aprecie, porque no le atraen. Ay, la maldita atracción, esa que le llevaría a dejarlo todo si ella le dijese ven. Uno no puede evitar hacer el idiota cuando habla con ella, sonreír y decir una estupidez cuando lo que de verdad quiere declararle es que desea prepararle café para siempre, aunque para siempre sea solo lo que dure, sin reproches posteriores. Lo único que puede gestionar mínimamente es intentar sin éxito que se le note más o menos, si decírselo ahora o más tarde, o tal vez no decírselo y horadarse uno mismo por dentro.

—Invito yo. Bebe.

—Y si decide confesarle lo que siente, y digo confesarle porque lo más probable es que ella ya lo sepa, puede elegir, si el ímpetu o la estulticia inherente al momento se lo permiten, cuándo hacerlo. Y eso también acarrea otros dilemas.

—A ver…

—Uno puede hallarse al límite de la atracción, sentir un vértigo insoportable, no aguantar más y saber que el momento no es el apropiado para decírselo a la otra persona, porque del mismo modo que uno no puede evitar verse atraído por alguien, ese alguien no puede evitar estar viéndose atraída por otra persona, por ejemplo, o estar atravesando una etapa complicada.

—Pero si no se lo dices, Lou, nunca superarás esa situación, o al menos tardarás mucho más en resolverla, para bien o para mal. No sé si eres un cobarde o un adolescente tonto y tardío.

—Precisamente por lo que uno siente hacia esa persona, se ve en la obligación de respetarla aún más si cabe y evita ponerla en una coyuntura que cree que no es la más apropiada para ella en ese momento. La otra persona no tiene la culpa de que el ritmo, el calendario de la atracción que uno siente sea el más inadecuado para ella, y no merece una preocupación más.

—Pero ¿y si no es una preocupación, y si ella lo viera con buenos ojos?

—Pues uno se jode. Al final todo pasa.

—¿Sabes que opino, Trevor?

—¿Además de que soy un cobarde o un adolescente tonto y tardío?

—Que eres un moñas.

—Vete a la mierda.

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