Punto de fuga

Paco Sánchez – 9 de abril de 2015

Llegamos con tiempo, porque el espacio lo tienen todo ellos, confinado en un largo pasillo de hospital que desemboca en unas puertas con ventanas redondas desde las cuales se puede ver el Mar de los Sargazos. Suena una cerradura desde dentro, se cierra, hay que esperar. Se aproxima un celador asimétrico que marcha con entusiasmo militar. Desaparece de forma perpendicular hacia el lado activo del pasillo. Del lado pasivo emerge una mujer vestida que se ocupa de nuestras pertenencias más vulgares. Hay que guardarlas bajo llave —dice— es mejor. Suena la cerradura de nuevo, ahora en sentido opuesto, accede la paciente con las uñas pintadas con la inquietud que provoca saber en qué consiste la operación y la tranquilidad de desconocer el motivo de su entrada al quirófano.

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La espera hace que sea el momento idóneo para desayunar. Al entrar en la cafetería, observo que hay una pequeña jungla presa en un patio de cristal, lo que me incita a tomar un bocadillo lleno de calamares. Al regresar aguardan los siguientes cotizantes para ser restaurados. Entre ellos, un señor escatimado con un mando a distancia que invoca a dos trabajadores para que cuelguen sendos cuadros sobrevalorados en las paredes del corredor. Del origen del mismo aparece la enfermera con el pelo alisado de tenacidad. Sabe la importancia que tienen los pequeños detalles y nos retransmite con una demora de apenas unos minutos la primera parte de la operación. Acto seguido desciende un nivel hospitalario para acompañar a otra buena familia.

Dos baterías después, el guardián del osario nos informa sin traumas: la intervención ha transcurrido según lo previsto y la paciente está volviendo a la realidad para seguir existiendo.

La sala de reanimación es rica por lo diverso de sus inquilinos. Hay un señor con la pernera zurcida que no es muy diestro con el espíritu y le están animando por segunda vez en lo que va de semestre. A otro le acaban de solucionar el lenguaje para que pueda pedir ayuda cuando lo necesite, su mujer se encarga de documentar a la madre los progresos. Una enfermera con el pelo rizado de impaciencia urge al completo restablecimiento de los pacientes, los enanitos del bosque que habían venido a repartir flores han de irse y tenemos que evacuar a la convaleciente en una silla de ruedas.

Unas semanas después, tras perder la moción del tiempo y con la dignidad tres tallas más pequeña vuelvo a asomarme al Mar de los Sargazos, observo la calma chicha de la adversidad en el punto de fuga, sorprendido por el plan químico que tenía preparado el futuro al anestesiar algo más que el dolor quirúrgico. La enfermera con el pelo alisado de tenacidad de nuevo infunde tranquilidad a la paciente de las uñas pintadas de inquietud que acaba de descubrir el verdadero objeto de su operación: enderezar el rumbo. Con frecuencia, para que las cosas salgan bien hay que desconocerlas.

 

Publicado en El Reverso

4 Comentarios

  1. canalesv

    Ya te lo he dicho vía pajarraco, pero lo repito. Desde mi humilde visión, aprecio una evolución muy grande en tu forma de construir personajes. Evocarlos da ganas de saber más sobre cada uno de ellos, aunque sólo estén de paso en el relato. Felicidades, colega.

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  2. Víctor J. Sanz

    Me desdigo del título de mi taller «Inspirar, escribir» y te adjudico «Escribir, inspirar» que es el proceso lógico después de leerte.
    En otras palabras, que de después de leerte me voy con prisas al despacho, porque voy que me escribo encima.
    Un abrazo y gracias por alentar.

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