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Francisco Javier Sánchez Palomares

Alan Bike y Glee Cerina ya se amaban desde antes de que evolucionase el azafrán. Ella había inventado el movimiento armónico simple; él, el efecto Doppler. Físicamente se atraían, había química entre ellos. Tras un largo tiempo de relación, Alan le pidió a Glee matrimonio, ella no opuso resistencia. Se casaron en Prípiat, ella iba de blanco, estaba radiante; él vestía esmoquin, fumaban con profusión. Celebraron el enlace con mucha energía y ambos cayeron agotados en un banco bajo la noria.

noria

Nunca llegaron a saturarse: cuando Glee perdía intensidad, se retiraba a su cámara reverberante para reflexionar; si Alan estaba sometido a mucha tensión se confinaba en su cámara anecoica para aislarse de las malas ondas cerebrales.

Llevaban una vida corriente, pero con el tiempo él cada vez estaba más presionado y ella aumentaba de volumen. Dado que la temperatura de su hogar no se había modificado, ambos dedujeron que se había incrementado la cantidad de sustancia que contenían: esperaban descendencia.

Glee acondicionó el hogar con cariño durante los meses siguientes para integrar en él al bebé.  El trabajo de Alan aumentó de forma exponencial, su acelerada vida derivaba de la necesidad de imprimir más velocidad a sus tareas.

No habían imaginado la cantidad de dinero que absorbería la futura maternidad, todo su presupuesto gravitaba entorno a este concepto. Racionalizaron el gasto, aunque la solución para abordar alguno de ellos fue fraccionarlo.

El tercer día de julio, con mucho trabajo, Glee dio a luz a Mara, fue en un parto ideal, su núcleo familiar había aumentado. Los amigos contrataron a la empresa Fahr&Heit para organizar una fiesta que diera un caluroso recibimiento a la niña.

La fuerza del nacimiento cambió la trayectoria de sus vidas, les inyectó la potencia necesaria para aumentar su felicidad.  Todo era armonía, la familia perfecta, pero la temperatura continuaba constante.

La medianoche que la pequeña Mara cumplió nueve meses de vida abrió sus cautivadores ojos, se precipitó de la cuna, reptó hasta la cama de sus padres, se encaramó a ella, abrazó con ternura a ambos y devoró sus cabezas con saña de forma no consecutiva.

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