Mis días con Jacqueline

Francisco Javier Sánchez Palomares

Esta es la historia de un fracaso, de mi fracaso con Jacqueline Bisset.

Corría el año 67, yo salía del casino Royale con un traje de rayas y la billetera vacía. Levanté la mano con intención de parar un taxi para luego no pagarlo y entonces apareció ella, a cámara lenta, con el pelo secado al aire y derramándome media sonrisa. Cuando me repuse de aquello eran las navidades del 71 y tenía un buen empleo. Yo tampoco lograba explicármelo, al parecer era ejecutivo en una empresa de cosméticos y había vuelto a toparme con ella. No solo a toparme con ella, éramos pareja.

Los diez primeros años fueron maravillosos, pasábamos el día riendo y practicando el coito con despreocupación. Si bien es cierto que ya se atisbaban los primeros problemas; existía descoordinación porque ella seguía viviendo a cámara lenta, aunque solo viernes y sábado, pero al coincidir en fin de semana, dejaba mal sabor de boca. Fueron años de aventuras, de carreteras, de trenes, de asesinatos, de todo lo que hace disfrutar a una pareja.

Después de la década prodigiosa, intentamos comunicarnos de forma verbal por primera vez y nos dimos cuenta de que no hablábamos el mismo idioma. Yo pensaba que era francesa por su nombre, su rostro y sus movimientos, mas leyendo la prensa descubrí su origen inglés. Era imposible entenderla, mi oído esperaba un idioma y percibía otro. Tras explicárselo con señas, comenzó a hablarme en francés, al parecer su madre era gala, aunque nunca escribió con bastón. No funcionó, contra todo pronóstico, yo tampoco entendía aquel idioma.

Al no poder dialogar, sustituimos las conversaciones por partidos de tenis, ¿qué otra cosa podíamos hacer? Jacqueline tenía un golpe de derecha liftado encantador que suplía el pobre revés debido a una deficiente pronunciación de la erre. Flotaba liviana por la pista, clavaba la bola a placer y siempre ganaba, de forma consecutiva, dos sets.

Como el tiempo borra virtudes y resalta el detalle más fútil, comencé a obsesionarme con lo fosco de su pelo. Aquello que me embaucó me estaba alejando de ella. Le insté a usar mascarilla capilar, incluso rebajé mis pretensiones y accedí a que solo fuese crema suavizante convencional. Pero ella era una persona de una honestidad brutal y no quiso traicionar sus principios.

Bisset2

Del mismo modo absurdo e incomprensible que comenzó todo, terminó. Un día desperté y nada de aquello había ocurrido, solo recordaba la canción que le cantaba a la mujer más atractiva del mundo acompañado por un cello:

Bisset, ma belle
these are words that go together well
my Bisset.
Bisset, ma belle
sont les mots qui vont tres bien ensemble
tres bien ensemble.

Publicado en el blog de Carmen Álvarez Vela

3 Comentarios

Deja un comentario