El teorema de Walt Waitman

El teorema de Walt Waitman

Cuando pensaba que no podía caer más bajo, me desperté y acudí al Decathlon. Allí adquirí productos relacionados con el deporte, descargué de vuelta a casa una app de senderismo, seleccioné una ruta y la completé. Todo ello sin tomar drogas. Ni legales ni, lo que es peor, ilegales. Os cuento y os enseño las fotos del suceso.

Hace tiempo que camino a diario y los hábitos saludables nunca conducen a buen fin. La prueba está en que esta mañana a primera hora sentí una pulsión urgente por acudir a la gran superficie especializada en la venta de material deportivo conocida como Decathlon. Una vez en el interior, adquirí productos de esos extraños que despachan allí. Concretamente tres: el llamado “zapatillas trekking impermeables hombre”, el conocido como “camiseta técnica hombre primer precio” y el denominado “pantalón corto trekking hombre primer precio”. Lo de “hombre primer precio” no sé cómo tomármelo. Impermeable no sé si soy, la verdad, pero cuando tomo copas no se me salen para afuera.

Poseído por una fuerza ilocalizable por mí, volví a casa y me descargué una app de esas de andar por el campo: Wikiloc. ¿Por qué esa aplicación? Yo qué sé. Filtré rutas de senderismo en Madrid de menos de 15 Km y elegí la primera que apareció.

Aún en trance, preparé un bocadillo de atún con pimientos y lo introduje en la mochila junto a un par de botellas de agua y café. Me calcé las “zapatillas trekking impermeables hombre” y me enfundé “camiseta y pantalón trekking hombre primer precio”. No olvidé coger la cámara réflex, que además de para hacer fotos, es útil si te tuerces un tobillo.

De esta guisa y ataviado con las gafas de sol de reserva, porque las titulares se lesionaron en una fiesta, bajé al coche. Le indiqué a la app que me dirigiera al inicio de la ruta, puse en Spotify a Los Tontos de Kiko Veneno y C. Tangana a toda leche y partí raudo berreando ¡na na na na, na na na na!

No mucho después de abandonar la carretera de La Coruña en el desvío de Navacerrada, hubimos de apartarnos los vehículos de ambos sentidos porque necesitaba pasar un camión de bomberos. Al no ver humo, lo primero que pensé es que tal vez habría comenzado a arder un gordo en el Burger King de más adelante, pero al llegar a la altura de la M-601 en la cual se ubica el establecimiento de comida rápida no había nada sospechoso. Falsa alarma.

A la altura del restaurante La Fonda Real, abandoné la carretera y tomé el camino de la izquierda. Una señal indicaba la presencia de vacas, o al menos animales con forma de vaca. Ejemplar de grandes cuernos andando plácidamente obstaculizando la calzada. Decidí aparcar allí mismo a pesar de quedar un kilómetro para el destino.

El inicio de la ruta era el embalse de Navalmedio y dibujaba una elipse entre Cercedilla y Navacerrada. Pulsé en la app para comenzar el camino, aunque no el de Delibes. Me empezaron a salir muchas cosas en la pantalla, me lie y acabé comprando un año de suscripción por “total Euros 9,99”. No es mucha pérdida, pensé. Abrí la puerta metálica y hala, a andar.

Lo primero que me llamó la atención es que el campo está sin asfaltar. No obstante, entre la tierra prensada por el continuo caminar, hay en el suelo objetos del color del asfalto o el cemento, pero no lo son, al parecer son piedras de granito u otro material no manipulado por el ser humano.

También había escaleras, pero los peldaños eran las raíces de los árboles.

La abundancia de piñas en el camino me llevó a deducir que los árboles que me rodeaban eran pinos, concretamente de la variedad Albar, que no tiene nada que ver con el papel de aluminio. La diferencia entre los pinos y los abetos es que los pinos dan piñas y los abetos dan bolas de Navidad.

Después de un par de kilómetros de marcha, pude afirmar que las “zapatillas trekking impermeables hombre” son cómodas y traccionan tan bien como un 2 CV en un melonar. Llegué a la confluencia de la senda con un arroyo y decidí introducir el pie, no ya entre coche y andén, sino en el agua para comprobar si era cierta la naturaleza impermeable del calzado. Prueba superada, entró menos agua que en la boca de Ortega Cano aquel día que estaba tan agustito.

Al abandonar el arroyo marcha atrás, me enganché con una zarzamora que a todas horas llora que llora por los rincones. Hice una comprobación rápida de daños y todo parecía estar en orden.

Aunque poco después comenzaron a brotar minúsculas gotas de sangre que ignoré como corresponde al hombre fuerte y sin par que soy.

Iba dándole vueltas a lo del pino Albar y me asaltó la segunda cosa que me llamaba la atención del campo: en el campo no hay bares. Mas los malditos hábitos saludables no me permitieron echarlos de menos.

Aquellos pinos tan grandes debían de llevar allí más tiempo del que tarda un hombre en darse cuenta de que la mujer que le gusta pasa de él. Aunque en descargo del hombre hay que decir que no siempre está pasando, en ocasiones duda, pero en esos momentos es cuando es aplicable el teorema de Walt Waitman, que viene a decir que una mujer no está con un hombre con menos dinero que otro si existe la posibilidad. Por el tema de la seguridad.

Cada dos por tres había un arroyito con poca agua. No es buena época para que haya más. Cruzábalos con la misma facilidad que Jesucristo iba walking on the water.

Tras un ligero repecho, el panorama se descongestionó y se abrió un escenario amplio trufado de vacas. La cabaña vacuna, además de estar inmunizada, es muy pasota y no me hizo ni caso. Seguramente por el hartazgo de ver pasar a diario a imbéciles caminado y haciendo fotos porque tienen que llenar sus vidas con algo que no los mate tan rápido como el alcohol y las drogas.

Poco después una vaquilla desperdigada, ignoro si descendiente de aquella de Berlanga, vino a mí, me miró como miraba a Alaska su madre cuando cantaba con Loquillo El ritmo del garaje y se marchó.

Más adelante, primero un tronco caído y luego otro obstaculizaban el camino. Al disponer de piernas, me fue sencillo salvar ambos escollos.

En ese momento llegué al vértice de la elipse que dibujaba la ruta y comencé el camino de retorno.

Entonces la app me indicó que me desviara hacia la izquierda y varias decenas de metros después vi unos circulitos morados diseminados por el suelo, lo cual me llevó a pensar en un primer momento que se trataba de un semillero de Podemos.

Pero una vez desechada una idea tan absurda, comprobé que era de azafrán silvestre.

Según fui subiendo la mirada se descubrió ante mis ojos una escena de western, con su caballo al fondo y todo.

Al volver a la pista había un montón de palillos de bar abandonados cuando apenas eran críos y habían crecido a su libre albedrío.

La vía era fácil y estaba flanqueada por pinos, lo que le confería una estampa bella y nostálgica, de ambientador de Seat 1430. Me puse a pensar y caí en la cuenta de que no tenía contacto con senderos desde aquellos de traición de comienzos de los 90, pero hoy no había rastro de Bunbury ni de héroes por aquí.

Un trecho después, llegué a una bifurcación, había que elegir la roja, pero no era una pastilla, sino una valla. Entonces comenzó la parte más tortuosa del camino. La vía se volvió sinuosa y rápida, con algún descanso para disfrutar de gloriosos miradores naturales de roca.

Desde entonces y hasta casi el final la ruta discurrió por estrechos caminos de trail que afronté intentando frenar el trote inducido por la inclinación de la pendiente. Por suerte, la adherencia de las “zapatillas trekking impermeables hombre” era irreprochable, aunque la planta de los pies se me calentó más que los neumáticos del 1430 del Vaquilla.

En mitad del descenso tuve que detenerme para conectar una batería portátil al móvil, ya que se agota con más rapidez que Isco Alarcón.

Se oteaba de nuevo el embalse de Navalmedio.

Fin de la ruta. Vuelta al coche, que a pesar de tener sus años, no es un 1430, proporciona más seguridad.

Mientras comía el bocadillo de atún con pimientos junto al coche, pensé que, por el tema de la seguridad y aplicando el teorema de Walt Waitman, si la chica hubiese tenido que elegir para conducirse por la vida entre un coche seguro o yo, habría optado por el vehículo.

Por supuesto, el teorema de Walt Waitman no existe. Y la seguridad en la vida tampoco.

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