Aurículas acrílicas

Francisco Javier Sánchez Palomares

Ursula Malin vestía pantalones asustados, tenía las aurículas acrílicas y los ventrículos de muñeca. Solía cumplir años el mismo día que nació y no tenía ninguna gargantilla de perlas que le blanquease la conciencia.

Siempre vestía un abrigo chesterfield negro amueblado con dos Colt Cobra que le proporcionaban una docena de posiblidades más en el cuerpo a cuerpo. Hecho que desconocía por completo la noche que volví a verla, de otro modo no la habría tratado con tanto descaro. Por suerte, ella solo buscaba atención, antes detestaba no pasar desapercibida y ahora pasarlo, aunque entonces no supusiese un riesgo y ahora sí.

Había sido portada de Vogue hacía 20 años. En aquella época se sentía segura, poderosa, inteligente y sin embargo solo era una preadulta guapa con mucha energía potencial. Ahora se veía a sí misma dubitativa, ajada y torpe, pero en realidad era una mujer excepcional. La inflamación de ego que sufrió con la fama unida a la inexperiencia y varios sucesos empapados en sangre hicieron que la atrapase un entorno en el cual la única manera de sobrevivir era a tiro limpio.

De joven, se ansía tener los medios para conseguir los objetivos deseados, pero, con el tiempo, se descubre que depender de uno mismo es peor que depender de nadie y que a menudo los anhelos son tóxicos.

Después del reencuentro, la convivencia resultó compleja, pero ella acabó asumiendo mi comportamiento disperso y yo logré que no ejecutase a nadie en casa. Mantuvimos la relación en secreto, incluso para Lou, debido a su oficio algo peligroso. El equilibrio duró hasta que logramos alcanzar la dicha y volví a desbaratarlo todo. El vértigo a ser feliz. Ella desapareció varios años y se oyeron algunos rumores malos y otros peores.

Aquel día bajé al bar con las mismas expectativas de quien arregla unas judías verdes para cocerlas con patata y sazonarlas poco. Es común no conceder mérito alguno a lo hecho cuando se dialoga con uno mismo, donde no es necesario fanfarronear porque se está solo, y en ocasiones ni eso, pero yo me sentía orgulloso de confundir la diversión con el placer y me atreví a invitar a un Martini a Ursula, que había vuelto de repente tras una temporada a la sombra.

—Lou, sirve otro Martini a Ursula y huye de la moderación en la medida de ginebra, por favor.

Lou sirvió de oído una copa larga a Ursula mientras me miraba intentando transmitirme cautela.

—Lou, no me mires así, ya sé a qué se dedica ahora la señorita Malin y, sea cual sea su próxima maniobra, me vendrá bien, no tengo nada que perder.

La situación era embarazosa como encontrarse con tu víctima en el psiquiatra. Pero Ursula abrió la boca para ventilar la tensión.

—Trevor, vas a tener suerte, aun sin ser responsable de ella. Sabes que unos tanto y otros tampoco, pero tú no estás en ninguna de esas dos mitades. Agradece que tengo una memoria imprecisa y un recuerdo precioso, aunque no olvides que un día perderás a todos a quienes quisiste y te sentirás desgraciado por no haber aprovechado el tiempo.

—Y al día siguiente se me olvidará, como se me olvidan todos los elogios.

Portada revista Vogue del 1 de junio de 1947

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