Francisco Javier Sánchez Palomares
—Lou, no sé si mandarlo todo a paseo o comprarme una gabardina más pequeña.
—Me importa un rábano, Trevor, decide: copa o café.
—Decido no pagarte.
—¿Para comprarte la gabar…
—Buenos días, caballeros.
Entró Jeffrey Seisdedos interrumpiendo a Lou. Era su proveedor de whiskey, un trapacero sin mácula; capaz de hacer pasar licor bueno por matarratas con tal de engañarte. Dejó su mercancía apoyada en la barra, dos comentarios condescendientes sobre tres clientes, cuatro miradas impúdicas hacia cinco damas que no estaban allí, se lamió los dedos para contar los billetes y se escabulló haciendo ruidos guturales.
—¿Cómo puedes seguir trabajando con ese tipo tan desagradable?
—Me río de él, Trevor, no se cansa de hacer el ridículo. A los cinco minutos de conocerte ya te está dando lecciones sobre cómo desempeñar tu trabajo. Cree verter conocimientos a granel y es probable que no haya tenido un amigo verdadero en su vida. Como viene por las mañanas, no hay mucha gente, lo llevo bien, no me importa, de verdad.
—Ya. Nos conocemos, Lou. ¿Pero has visto qué traza tiene?
—Es sobrino del casero, si no le compro a él, le chiva a la bofia lo de las partidas clandestinas.
—Por suerte cuando viene suelo estar durmiéndola. Es de esos hombres que hacen sentirse ridículas a las mujeres, Lou.
—Cada día.
—Incluso tiene aspecto de elaborar su propia mermelada
—No te excedas, eso aparece tipificado en la convención de Ginebra, Trevor.
—Sírveme una copa, Lou. Ya no me compro otra gabardina.
—Trevor, has venido temprano y llevas unas semanas menos lánguido, ¿no te habrá sucedido nada bueno?
—Tal vez me haya enamorado.
—Es su trabajo, no te confundas.
—No, Lou, ella no va a comisión en camisón.
—¿Tiene algún problema de consumo?
—No, es guapa.
—¿Y por qué?
—Porque es una mujer sana, fuerte, educada, valiente y tiene una voz serena que te reestablece la circulación de retorno de las piernas tras doce horas de trabajo.
—Temo perder a mi mejor cliente, Trevor.
—Con que comiences a servir alguna bebida no tóxica será suficiente.
—Siempre tan encantador, Trevor.
—Discúlpame, Lou, he quedado con una rubia en el cine.

Publicado en el blog de Carmen Álvarez Vela