Francisco Javier Sánchez Palomares
No tenía mucho ánimo. Decidí buscar un poco en el tercer cajón de la cocina. Allí encontré media bolsa. Suficiente. No era mi casa, pero sabía lo que contenían todos los terceros cajones de las cocinas; pilas gastadas, la garantía amarillenta de una lavadora, velas de cumpleaños medio consumidas, un sobre de té, dos anhelos, tres olvidos y cuatro mecheros sin gas. Añoraba los tiempos en los que la rueda de los encendedores era redonda, no escalonada con torpeza por una actriz de Hollywood sin bragas con escasas habilidades alfareras. Guardar solo mecheros que no prenden conlleva tener cerillas junto a ellos. Me encendí un cigarrillo con una de esas que traen más fósforo del habitual. Sonreí. Seguí rebuscando en el cajón. Bajo un gancho sin desempaquetar para colgar delantales, hallé una llave de coche de plástico codificada de la misma marca que el mío. Recordé aquel viaje a la muralla; aún desconocíamos que a nuestro matrimonio le quedaban apenas ciento sesenta mil kilómetros.
Cogí un filtro de café y preparé dos tazas que acompañé con varios medicamentos caducados. Sonaba Jacques Brel en el piso de al lado y ella no se había levantado. Tal vez porque no habíamos quedado y tampoco era su hogar. Pequeños detalles que no conseguía controlar.
Las cortinas me evocaron aquel mes que pasamos en la cama antes de conocernos. Sus pezones me rozaban la cara cada vez que se giraba sobre mí para coger el cenicero de la mesilla. El dulce sudor que desprendían al morderlos suplía cualquier necesidad material. Me serví una copa.
Cuando terminó de no ocurrir nada, salí de allí. La próxima vez la llamaría antes, no se puede confiar en encontrar a una rubia en el decadente reducto de hipocresía del tercer cajón de la cocina.
Publicado en El Reverso
No importa cuántas cosas describamos que contiene un tercer cajón de la cocina, cada cajón contiene lo mismo. Doy fe.
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Es una constante universal. Gracias por tu visita, Víctor. Un placer.
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Qué bueno, Paco, me encanta. Aunque no hayas citado las velas a medio consumir del último apagón y las dos pinzas para la ropa que sellaban algún paquete de patatas fritas abierto. Todo lo demás, lo tengo también en mi tercer cajón. La única diferencia quizá es que a mí no me han rozado nunca la cara con un pezón sudado, pero tiempo al tiempo…
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Pues con esto del cambio climático no lo descartes… Gracias por tu comentario, buen apunte lo de la pinza.
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