Dos cuarentañeras sin catar la leche entera

Paco Sánchez

Dos cuarentañeras sin catar la leche entera están hablando en la mesa del fondo. Al parecer comentan los preparativos del cumpleaños de la hija de una de ellas, una menor de diez años. La madre emisora de planes gesticula de forma notable, no tiene suficiente con el lenguaje oral, a su pesar, ni se desprende del iPhone, el cual ha utilizado ya para tomar la esferificación de milhoja de rúcula y remover el té rooibos sin gluten añadido. La receptora del proyecto escucha ano nadada; sostiene la barbilla con las manos y los codos apoyados a ambos lados del iPad inclinado sobre su funda enrollable que descansa en la mesa con el blog de Sara Carbonero en pantalla arrojando conocimiento sobre la humanidad.

cuarentañeras
© Francisco Javier Sánchez Palomares

—Tuqui Nuqui, tía, esta gente te pone castillitos grandes inflados como de un gas que hace que se queden blanditos y los nenes jueguen dentro sin hacerse daño, ¿entiendes?

—¡¿Qué me dices?! Alunizada me hallo, oye.

—Y hacen unos ritos con cabritos que son superbonitos. Por lo visto son de una especie caprina que fabrica aspirinas. Después juegan al corre corre que te pillo con un grupo de cochinillos, y están todos vivos, sin manzanita.

—¡Verde que te quiero verde!

—Calla, calla, que hay más. Me han dicho que luego actuará un largo Caballero medieval que se la pone en el hombro, tía, ¡la espada! Y viene un tal Coque Malla para nombrar a mi hija ¡Princesa Corinna de Borbón Cuatro!

—¡La Elipa me flipa!

—Espera, espera, que los salones son lo más, todo muy animalista, blanco, negro, wengué, liso, genial, como de Ikea, pero más caro por fuera. Aunque nos sale muy bien de precio, no llega a doscientos euros por persona y le regalan a mi peque un móvil o una tablet ¡rosa! Vale que no es Áipel, pero es que por lo que nos cuesta qué más puedes pedir, nenita.

—Disculpen, cuarentañeras marrones —les interrumpe el maître—. Deben abandonar el local, hay un grupo de cincuentañeras azules que tienen la mesa reservada.

—¿Y por qué no se van esos treintañeros color plástico normal de allí? —replica Tuqui Nuqui.

—Porque no tenemos discrepancias con su número de cromosomas.

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