El brote pictórico
—¡Apestas!
Abro un ojo y veo a Mike gritándome desde la puerta de mi cuarto. Es mi compañero de piso. Nació sin un ápice de lógica ni previsibilidad. Al llegar a casa es fácil encontrarlo con veinticinco personas más preparando un discurso para recibir a los extraterrestres o aprendiendo a esculpir figuritas de miga de pan. Es feliz, tal vez bobo también, pero aún no está demostrado y además me divierte.
—Te ha llamado Walter, dice que hace dos horas que debías haber llegado al periódico. Ah, y que qué basura de artículo has escrito, que si ahora crees en algo más que no sea en ti mismo —me informa mientras se perfora el ombligo para instalarse un pendiente con la cara de Jimmy Carter.
Me levanto como puedo, me tomo un puñado de pastillas del botiquín de las resacas y me exilio a la ducha. Tengo vagos recuerdos de ayer, estuve escribiendo el artículo en el bar de Lou y sé que fueron necesarias varias copas para sacarlo. Después lo entregué en el periódico, alguien me llamó, al parecer tenía algo divertido, yo tenía dinero fresco y… Sé que terminé desayunando antes de acostarme con el mismo policía que había intentando multarme veinte horas antes y con su jefe, el Inspector Truelow, mi amigo de la infancia.
Llamo a Walter y, con el auricular a un palmo de mi oreja, le informo de que hasta mañana no iré porque estoy cubriendo una sangrienta reyerta. Bajo a desayunar por segunda vez al Love me tender y de camino paro en el quiosco de Ben a comprar El Excelso para ver qué demonios escribí ayer…
EL BROTE PICTÓRICO
Trevor Miles. Nurburvile.
El número cinco de la calle Glutenberg siempre estuvo maldito. Lugar común de desdichas y tragedias, estas humildes viviendas tienen el dolor como principal material constructivo. El inmueble había estado cubierto con lonas y andamios dos meses mientras se reparaban las deficiencias encontradas por el ayuntamiento en su inspección. Hace apenas dos días, cuando se cumplía el trigésimo quinto aniversario de su inauguración, y tras retirarse los andamiajes, aparecieron en uno de sus paramentos verticales las imágenes de todos los residentes que habían resultado malparados a lo largo de todo ese tiempo. Los vecinos están seguros, y yo así lo creo porque no existe otra explicación, de que se trata de un milagro, de una intervención divina para reconfortarles por tantos años de sufrimiento.
Cuando el periódico me encargó que escribiera sobre la aparición de este brote pictórico pensé que era falso, no me hacía falta verlo. Sin embargo, reconozco que mi opinión cambió tras hablar con todos y cada uno de sus vecinos, gentes de bien que me invitaron a sus casas a tomar café, me abrieron sus almas y me explicaron todo lo ocurrido. Vi la verdad en sus corazones.
Lo primero que llama la atención al admirar esta obra de arte son unas hermosas rosas que nos recuerdan a esos envoltorios de jabón que nuestras abuelas acumulaban en sus armarios e impregnaron nuestra infancia con una fragancia celestial. En el centro de la parte inferior se revela la imagen del señor Meyer. Vivía en el bajo y murió al caerle una patata en la cabeza desde el cuarto piso cuando se encontraba gozando del canto de sus jilgueros en el patio. A la izquierda de éste aparecen Rose y Malcom, que se carbonizaron instantes después al incendiarse las acelgas que estaba cocinando el señor Meyer que, al hallarse finado, no pudo retirar a tiempo del fuego. Sobre ellos tres y a la derecha, vemos el alma cruzada de brazos de Sheila Molton, inquilina del primer piso que perdió la vida a causa de una panzada de habas, como el Caballero de Sagitario*. Hill Tomes y Mark Hadson, que podemos ver sobre Sheila en el centro y a la izquierda, se extinguieron en el ascensor de la comunidad tras cinco días sin ingerir líquidos al averiarse el elevador y no oír sus gritos de auxilio el matrimonio Harris, únicos moradores del edificio durante el período estival. Como las desgracias nunca vienen solas, el entrañable y sordo matrimonio corrió a suicidarse tras conocer el trágico suceso. En el centro del paramento y ofreciendo un abrazo, vemos al señor McCallahan, gran hombre, cuyo afán por dar la paz a cuanto ser vivo se le acercase lo llevó a la tumba al ser alcanzado por un rayo mientras se mostraba con los brazos desplegados en plena tormenta. A su derecha se colocan Kate y Mildy. Casadas y aficionadas a la meditación, fueron devoradas por sus diez gatos hambrientos. Llevaban veinte días sin comer porque sus dueñas habían caído en un profundo sueño tras consumir unos deliciosos pastelitos vegetarianos que ellas mismas habían preparado. Uno de esos caprichos del destino hace que detrás del inmueble y solo visible desde su tejado, se extienda el camping nudista de la ciudad. Carl, Joseph y Fred, que podemos observar en el cuadrante superior izquierdo de la santa pintura, se precipitaron al vacío después de subir al tejado a recriminar a los nudistas su indecorosa forma de vida. El señor Collins, al que vemos en el margen superior derecho, también falleció de un fuerte impacto, en este caso al caer desde el cuarto piso cuando se hallaba reorientando su antena parabólica en la terraza un viernes por la noche tras acostarse su esposa. Por último, y no menos sobrecogedor, en el ángulo que forman las dos aguas del tejado, contemplamos a Ted Doggerty con su amada Moon en su regazo, una glotona cocker spaniel. Ambos murieron de pena al no poder superar el dolor en el alma que les producía el historial luctuoso del edificio en el que vivían.
Cuando el destino y la providencia dictan el camino, poco podemos hacer los simples mortales. Solo nos queda consolar a esta buena gente y tal vez acercarnos al humilde, pero muy decente tenderete que han instalado bajo este milagro y ayudar a que su vida sea mejor adquiriendo un pequeño recuerdo a cambio de nuestra voluntad.
La mitad del bar me mira incrédulo y el resto ríe. Lou me arroja una mirada cómplice mientras se agacha a limpiarnos los ceniceros vacíos, me conoce demasiado. Walter está en lo cierto, es una basura, pero ¿qué podía hacer? No me parecía educado jugar con la ilusión de estas pobres personas desmontando su farsa.
De vuelta a casa, no puedo dejar de sonreír mientras pienso en el treinta por ciento que me llevaré de todo lo que estafen estos pintores flamencos a cambio de mi silencio, mi artículo y mis contactos con la policía. Coloco la aguja del tocadiscos sobre el surco del Sympathy for the devil de los Stones y disfruto de esta falsificación auténtica mientras me sirvo otra copa.
Continuará…
*El Caballero de Sagitario fue encontrado sin vida en Tánger, en la bañera de un hotel, por el personal de servicio. Tras realizarle la autopsia, el forense dictaminó que la causa de la muerte fue la ingesta masiva de habas.
Continuará… Espero 😉
Me encanta toda esa gente que encuentra Trevor, no es casualidad, seguro, hay personas que tienen facilidad para vivir historias así. Encantado de conocerle.
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