Paco Sánchez – 16 de septiembre de 2014
Philippe llevaba dos semanas con un estúpido desprecio clavado en el costado. Tras vestirse con cuidado, bajó temprano a la pescadería, como cada martes. Esa era la mayor enseñanza que conservaba de su madre; los lunes no se debe comprar pescado, es menos fresco.
–Buenos días, Philippe. Tienes mejor aspecto que la semana pasada. Observo que sigues con el estúpido desprecio clavado en el costado, pero al menos parece que ya no supura. ¿Qué tal te encuentras?
–Buenos días, Marcel. Estoy mejor, gracias. La herida ha cicatrizado y ya no ensucio las camisas, pero es una situación muy embarazosa a la vez que incómoda. Dormir es una tortura. El estúpido desprecio emerge con notoriedad del tronco, obligándome a modificar mi conducta habitual. Su despiadado y cruel perfil es un inconveniente a la hora de vestirme también y he tenido que mandar adaptar gran parte de mi vestuario.
–Me hago cargo, querido amigo. Dime, ¿qué puedo despacharte hoy? He recibido unas caballas de La Pampa con una frescura y un lustre como hacía años que no veía. Se puede apreciar que han vivido salvajes, explayándose en libertad a la búsqueda del necesario alimento y matadas cuando aún estaban vivas. Te las recomiendo encarecidamente.
–Estimado Marcel, vengo a comprarte pescado cada martes, desde hace veinte años y tus consejos siempre han sido acertados. De modo que vas a servirme dos buenos ejemplares de esas rutilantes caballas.
–Sabia decisión, no te defraudarán. Sugiero que las cocines hoy mismo, a la forma tradicional veneciana, para apreciar todos sus matices. Acompaña el manjar, si dispones de él, con un buen vino del norte del Renacimiento.
–Así lo prepararé, pero esos vinos son muy escasos en nuestros tiempos… beberé un Calvados excelente que compro en la licorería de Mathilde.
–Es otro producto, pero gran maridaje también, sí señor. No soy especialista en la materia, pero estoy convencido de que semejante gozo te ayudará a mitigar los efectos del estúpido desprecio. Por cierto, ¿algún versado conocedor de la disciplina te ha evaluado y proporcionado algún diagnóstico?
–El eminente monsieur Preud’homme me examinó y llegó a la conclusión de que tal quebranto es debido a la falsía, la ingratitud y la vileza de alguien cercano que me ha traicionado. Recomienda que debo sanar solo, con temple, nobleza y amor propio. En fin, apreciado Marcel, ya sabes, sosiego, sosiego… Tu compañía es siempre grata y tu conversación enriquecedora, mas debo marchar, me despido de ti hasta el martes que viene.
–Parte tranquilo, Philippe, y recuerda, a menudo, el recipiente menos adecuado para depositar tu confianza es otro ser humano.
Vía Letras Inquietas
Qué buena charla de pescadería. Me encanta. Me llevo las rutilantes caballas y este relato que me ha encantado. Plas plas.
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Gracias, Ana.
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